Todos tenemos heridas, y no me refiero literalmente a las de la piel, me refiero a las heridas del corazón. Ya sea por un disgusto, una muerte, o lo que sea, todos tenemos por lo menos una.
Yo también las tengo, son pequeñas y pueden pensar que son por estupideces, pero no, no para mi. Son heridas que con el tiempo fueron sanando, pero nunca del todo, porque para mi es imposible olvidar las cosas, y sobre todo las malas. Las supero, pero no las olvido. Si me olvidara de las situaciones traumáticas de mi vida no podría crecer como persona, me quedaría estancada en el mismo lugar.
Mis heridas, son algo mío, y las abro cuando tengo ganas. Cuando necesito recordar porqué soy como soy, las toco y, recuerdo. Recuerdo como aparecieron, como sanaron y qué aprendí de ellas.
Siempre pensé (y todavía pienso) que no tendría por qué compartirlas porque, como dije, son mías. Si las compartí, lo hice con aquellas personas que me brindaron una confianza absoluta como para hacerlo aunque, aún así, no les conté con lujo de detalles.
Creo que éstas son las que me ayudan a continuar y a saber como reaccionar ante las distintas situaciones que me presenta la vida. Es verdad que por ellas sufrí y lloré, pero también es cierto que aprendí y crecí.
No me arrepiento de llevar heridas bajo la piel, no, porque gracias a ellas soy quien soy y, lo más importante, quien quiero ser.
¿Qué decirte? a vos, que sos una ídola para mi. Si me peguntaran qué me gusta de vos, diría que me fascina tu forma de ser, de pensar, tu personalidad. Te chupa un huevo todo, no te importa lo que digan, vos sos como sos, y así me enseñas a ser, como soy, a mi manera, sin importar lo que los demás vayan a decir. A respetarme, a quererme.
